Bosnia Ekspres, un tren para el reencuentro
- En Portada se sube al tren que va de Sarajevo a Belgrado, y viceversa
- Retrata la zona a bordo de una línea que llevaba suspendida 18 años
- Guión del reportaje disponible on line ( formato PDF)
En la casa de Suljo Bradaric hasta las patatas están buenas. Mejor dicho, buenísimas. Su mujer nos explicó la receta, pero no nos acabamos de creer que aquello pudiera tener ese sabor tan increíble sólo con un poquito de sal y lo que el pollo había sudado en el horno.
Suljo vive en la aldea de Lijesnica. Antes de la guerra, era albañil. Pero ahora tiene trabajo sólo de forma ocasional. Él y su familia viven básicamente de su huerto, sus árboles frutales y sus gallinas. Además de una pensión de unos 100 euros mensuales.
Aquella noche, gesticulaba y se reía con voz de barítono de nuestros conocimientos de fútbol. "El Barça pierde seguro, y el Madrid se lleva la liga en la última jornada", había predicho yo levantando la vista de la televisión. Pero apenas se habían jugado 5 minutos cuando Messi adelantó a su equipo frente al Sevilla: 0-1.
El hombre que nos había invitado a cenar, ha insistido incansablemente hasta que aceptamos, no parecía el mismo que hacía un rato lloraba y se sofocaba ante nuestra cámara sentado en ese mismo sofá. Los chetniks le rebanaron el cuello durante la guerra. Disimulaba la cicatriz dejándose crecer la barba. Con los dedos pudimos comprobar cómo tenía la mandíbula llena de tornillos, de las operaciones para reconstruírsela. Aún así, bromeaba: "me llamo Bradaric, y por eso tengo brada". Humor negro del malo que se podría traducir por algo así como "me llamo Bárbez y por eso tengo barba".
A este gigantón de robustas manos se le murió un hijo, apenas un adolescente, que se enroló en la Armija, el pequeño y desorganizado ejército de Bosnia-Herzegovina. Una bomba antipersona se lo llevó por delante.
Balance de la guerra de Bosnia
La Guerra de Bosnia mató, en cifras redondas, a unas 100.000 personas. La cifra más fiable la aporta el Centro de Documentación e Investigación de Sarajevo (IDC). Su informe, confeccionado con rigor científico, recoge los nombres y apellidos de 97.207 víctimas, incluidos su sexo, edad, religión, lugar y modo de su muerte, etcétera. Por etnias, el 65% de los muertos fueron bosnios musulmanes, el 25% serbios, y el 8% croatas. Se cometieron los crímenes más atroces contemplados sobre suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial.
La guerra acabó hace 15 años con los acuerdos de Dayton. Pero en la mentalidad de los bosnios, parece que fue ayer.
La convivencia, 15 años después
Al preguntar a un bosnio musulmán cuál es su relación con los ortodoxos (o sea, serbios), lo normal es que se encoja de hombros y responda que "buena". Si uno tiene oportunidad de indagar un poquito más, esa misma persona responderá algo así como que "no los necesito para vivir". Más tarde admitirá que "en algún momento de mi vida he llegado a odiarlos". Luego uno acaba sospechando que, probablemente, ese momento de su vida aún no ha pasado.
Algo parecido sucede del otro lado. Bastará con ganarse un poco la confianza de un ciudadano serbio para que, interrogado sobre el asunto, comience a echar mano de términos como "muyahidin" o "yihadista", con toda la carga que estas palabras han adquirido sobre todo después de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York.
Un reportaje de historias personales
En este reportaje no hay políticos, no hay banqueros, no aparece ninguna persona con ningún cargo de relevancia. Sólo habla la gente. Las personas que nos hemos encontrado en el tren, o en los pueblos que éste encuentra a su paso. Y después de hablar con ellos hemos llegado a la conclusión de que ninguno ganó la guerra. Todos la han perdido.
Los bosnios hablan con nostalgia de cómo eran antes del 92. Les gustaría recuperar aquella vida. Musulmanes, ortodoxos (serbios) y católicos (croatas) no se diferencian entre sí: los hay altos y bajos, rubios y morenos, hablan el mismo idioma, comparten la misma tierra... Tampoco las mujeres musulmanas visten de forma diferente a las cristianas. Ni siquiera en las aldeas más pequeñas de la Bosnia central.
Todos son amables y acogedores. O al menos lo fueron con nosotros. Nos abrieron las puertas de sus casas con toda cordialidad. Y, lo que es más importante para un periodista, todos nos contaron sus historias con confianza y franqueza. Sólo una cosa les diferencia. El dios a quienes rezan. Y eso ha sido definitivo en sus vidas.
Perspectivas de futuro
Ahora, Croacia tiene un pie en la Unión Europea. Serbia acaba de comenzar a andar el camino que le llevará a Bruselas. Pero Bosnia Herzegovina vive paralizada. La clase política está dividida en partidos étnicos que no hacen sino alimentar las tensiones entre musulmanes, ortodoxos (serbios) y católicos (croatas). Es parte de su peligroso y cómodo juego político. Porque es más fácil culparse por el pasado que planificar y desarrollar el futuro. Y mientras, el estado está al borde de la bancarrota, y el 40% de los bosnios sin trabajo.
La recuperación del servicio ferroviario entre Sarajevo y Belgrado contribuye al acercamiento entre personas que antes vivieron juntas y que se separaron de forma tan dramática.
Suljo no podrá abrazar de nuevo a su hijo. Ni afeitarse la barba si no quiere que esa cicatriz se vuelva a ver. Pero, si quienes tiene el poder de hacerlo toman las decisiones correctas, quizá sí pueda volver a compartir un trago de su licor de manzana hecho en casa con algún amigo ortodoxo.